Su uso se extendió al mundo conocido con el Imperio Romano, que ya poseían hornos públicos.
El pan fue fundamental en su dieta. A partir de ahí se generalizó su cultivo. Con la caída del Imperio
Romano, el desabastecimiento de este cereal afectó a toda Europa, ya acostumbrada a su consumo.
De ahí que aparecieran “sucedáneos” como el pan de centeno, cebada, avena o maíz. El pan blanco se
convirtió en un bien escaso y, por tanto, un privilegio al alcance de los más pudientes.
El resto de la población consumía pan negro: de centeno, cebada o avena. Hoy en día sabemos que algunos
de estos cereales son incluso más saludables que el trigo.
Aporte calórico El pan no es excesivamente calórico; el problema, surge por el acompañamiento que se le da al mismo, como son salsas u otros componentes ricos en grasas y muchos más calóricos que el propio pan.
La realidad, muestra que 100 gramos de pan equivalen a un filete, lo que se traduce en 245Kc.
El pan es una fuente excelente de hidratos de carbono. El consumo diario de una barra de pan cubre
un 25% de las necesidades diarias de energía y fibra y lo hace a un precio sin competencia.
Si además elegimos pan integral, el total de fibra sube al 50% de nuestras necesidades diarias.
Existen otros aspectos a tener en cuenta, como puede ser su interesante aporte de vitamina B y su nulo
contenido de grasas.